sábado, febrero 17

ovidio


He aquí que un lecho cómplice acoge a dos amantes... Espontáneamente, sin que tú intervengas, se dirán las ya consabidas palabras y la mano izquierda no permanecerá inactiva en el lecho; los dedos encontrarán qué hacer en aquellas partes en que el amor a escondidas impregna sus flechas. [...]

Créeme: no hay que apresurar el placer de Venus, sino retrasarlo poco a poco con morosa lentitud. Cuando hayas encontrado un punto que a la mujer gusta que le acaricies, no sea la vergüenza un obstáculo para que sigas acariciándolo. Verás entonces sus ojos chispear con brillo tembloroso, igual que a veces el sol reverbera en el agua transparente. Vendrán después los quejidos, vendrá el amable murmullo y los dulces gemidos, y las palabras propias del juego. Pero tú no dejes atrás a tu amada haciendo uso de velas mayores, ni ella te adelante a ti en la travesía; llegad a la meta al mismo tiempo; entonces el placer es completo: cuando la mujer y el hombre yacen después de haber languidecido a la par. Es la norma a la que debes ajustarte cuando tienes tiempo de sobra y el temor no apresura la acción furtiva; pero cuando el demorarse no carece de riesgos, conviene lanzarse a todo remo y clavar la espuela en el caballo que cabalga a rienda suelta.

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