domingo, marzo 11

zorreando

tus amantes son espejismo de mí, de mi fuerza, de mis letras y de mi cuerpo.

yo no dejo de ser ya tus quejas: ladrillos color mierda, labrados con verborrea hiriente, pues tu debilidad no es tu fuerza, es tu desdicha. culpando tu sangre miras la mía y filosofas las noches enteras en que cantándome cortos destellos de risa éramos niños. te gusta sufrir, sentado en la silla de tu juicio erróneo, tu miseria puesta en escena.

buscas brazos que te sostengan mientras caes en el vertiginoso absurdo del adiós, y creyendo mi cuerpo pertenencia de otro, juras muerte sobre tu existencia asesinada. ¿dónde está el genio, el dandi que se esconde entre verdes y azules monstruosos nunca antes concebidos por el mundo? está llorando en un cuarto oscuro, frente a un reflejo del rostro antiguo, desfigurado por aquellas tus lágrimas. el reflejo también llora, cansado de ser un tiro al fuego.

tus besos mueren en los labios de las otras personas que buscan reemplazarme pero harto sabido es que el color reseco de mis labios es tuyo. me crucificas y fijas la raíz de tu roble degollado en mis piernas, delicia lejana que te prohibe entrar. el juicio de nosotros fue el tiempo y el juez, tu odio.

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